Todo, absolutamente todo, es energía. Somos energía y nuestros pensamientos y emociones también lo son.
Estamos constantemente sintiendo y experimentando emociones positivas y negativas. Las emociones hay que vivirlas, procesarlas y dejarlas marchar. Pero algunas de estas emociones pueden quedarse atrapadas en el cuerpo energético debido a la intensidad con la que las hemos vivido o a un debilitamiento.
Cuando esto sucede, se produce una interferencia en la capacidad innata del cuerpo para sanarse o solucionar conflictos. El desequilibrio que producen las emociones atrapadas afecta al cuerpo físico en forma de dolor, disfunción de órganos y glándulas, debilitamiento del sistema inmunitario o cualquier otro síntoma, al cuerpo emocional, con sentimientos de inseguridad, miedo u otra emoción y a la mente, en forma de ansiedad o bloqueos de cualquier tipo.
El dolor físico es la manera que tiene el cuerpo de avisarte que hay un problema. Las emociones atrapadas crean el dolor, al menos el 50 % de las veces.
Pero ¿qué sucede cuándo estas emociones negativas entran y las experimentamos pero no las dejamos salir? Es entonces cuando empiezan a acumularse en nosotros, una tras otra, y hacen que nos comportemos como no somos en realidad, que nos quedemos atrapados en el pasado y que vibremos en determinadas frecuencias emocionales que no queremos sentir.